Lucía Escobar
Comunicadora de egresada de la URL
Las mujeres llenan misas, adornan iglesias, asisten a los curas y pastores. Son la columna vertebral de la Iglesia, tanto Católica como Evangélica. Sin embargo, son invisibles para la jerarquía, no tienen acceso a ningún espacio de poder ni a protagonismo a la práctica religiosa de las guatemaltecas y al camino que ellas van abriéndose dentro de la visión conservadora de la jerarquía eclesiástica.
Las guatemaltecas, la mitad de los casi 13 millones de habitantes del país, llenan las iglesias, los servicios religiosos y los templos. Ellas cargan procesiones, elaboran alfombras de aserrín, recogen la limosna y el diezmo, aportan la comida para el grupo de oración, quitan y ponen sillas, se encargan de las rifas para el equipo de sonido, hacen arreglos de flores para los altares, pasan la escoba, evangelizan en la escuela dominical, enseñan, transmiten las escrituras de la Biblia, oran, cantan y meditan. Todo lo hacen mientras cargan a los hijos en la espalda y dan la mano a otros tantos niños, propios y ajenos. Las mujeres guatemaltecas, al igual que sucede en muchos países latinoamericanos, son la columna vertebral de las Iglesias Evangélica y Católica, la fe que alimenta la religión. Pero, ¿retribuirá la Iglesia tanto trabajo y devoción?
Busquemos datos científicos, cifras que nos sitúen. Navego en Internet, llamo al Instituto Nacional de Estadística, pruebo con La Conferencia Episcopal de Guatemala, escribo a la Pastoral de Mujeres, me acerco a la Alianza de Iglesias Evangélicas. Nada, nadie parece contar con estadísticas separadas por género y religión. Así que, como una primera conclusión, podríamos decir que las mujeres siguen invisibilizadas en los estudios e investigaciones sobre religión y espiritualidad. En los monitoreos de medios de comunicación tampoco sobresalen noticias o reportajes al respecto.
Un dato no menor si tenemos en cuenta que si bien Guatemala es un Estado laico, así lo dice su Constitución, las religiones cristianas (en aumento la protestante o evangélica y en decrecimiento la Católica) aún tienen mucho poder e influencia en la política nacional, los medios de comunicación, la legislación y en la vida real de las personas. En un estudio del 2006 sobre afiliaciones religiosas, Pew Global Forum documentó que el 48 por ciento se autodenominan católico romanos, el 34 evangélicos y el 15 se divide en otras prácticas religiosas. Los porcentajes varían hasta en diez o más puntos, según la estadística que se consulte. Pero de las mujeres, ninguno dice nada.
Este sólo es el campo cuantitativo. Si pasamos al cualitativo, podríamos encontrar respuestas diferentes. Empecemos buscando en la palabra escrita. Católicas, evangélicas, pentecostales y neopentecostales, todas se apoyan en un solo libro.
Y ¿qué nos dice La Biblia acerca de la mujer?
Servir es reinar
El Antiguo y el Nuevo Testamento están llenos de ejemplos sobre el papel de las mujeres en la sociedad y, sobre todo, en el que parece ser su reino por excelencia: la familia. En Proverbios 31, en la segunda parte se encuentra el poema “Elogio al ama de casa”, del que destaco un fragmento: “Más valiosa que las perlas, trabaja de buena gana con sus manos, se levanta cuando aún es de noche, distribuye la comida a su familia y las tareas a sus servidoras, con el fruto de sus manos planta una viña, fortalece sus brazos para el trabajo, su lámpara no se apaga por la noche, vigila lamarcha de su casa y no come el pan ociosamente”.
Y aunque esto fue escrito hace siglos, todavía el Papa Wojtyla, Juan Pablo II, en su carta Mulieris dignitatem (1988), subraya la misión irremplazable de la mujer como esposa, madre, hermana, y el beneficio que aporta a la sociedad en su progresiva inserción. Por supuesto, cada interpretación de estas palabras será distinta, y depende de la iglesia o el pastor al que se consulte. Por ejemplo, si confiamos en el estudio de Jesús García-Ruiz (2004), “sólo en Guatemala existen cerca de 25 mil pastores y 24 mil iglesias diseminados a lo largo y ancho del territorio nacional”.
Así de variada será, entonces la interpretación de la palabra. Busquemos una: Paola de Cabrera, vive en la ciudad capital, estudió en un colegio de monjas maristas y adoptó la religión evangélica al casarse hace 12 años. Desde esa fecha asiste regularmente al servicio los domingos, colabora en un programa de iglesia en casa y eventualmente asiste a un grupo de matrimonios que se reúnen por las noches a estudiar la Biblia. Para ella, dice, “la familia es la base de la Iglesia y la mujer es el pilar de la familia. En las manos y sabiduría de la mujer está el destruir su hogar o edificarlo”.
Sin embargo, no cree que su religión reconozca roles diferentes entre hombres y mujeres. “En las iglesias tradicionales de los pueblos sí se dan diferencias, pero no en las modernas que yo conozco. Incluso hay muchas pastoras importantes como Cecilia de Caballeros (esposa de Harold Caballeros, ex candidato a la presidencia de Guatemala), Helen Cohen de Monterroso (Iglesia El Shaddai) y Sonia de Luna, esposa de Cash Luna (figura de altísimo perfil mediático, propietario de medios de comunicación religiosos nacionales e internacionales).
La presencia de la mujer en la jerarquía católica se reduce al lugar de monja o ministra eucarística, ya que la cúpula vaticana niega firmemente el derecho a ejercer el sacerdocio a las mujeres. Siempre y cuando cumplan con el dictado en la Primera Carta a los Corintios, capítulo 11: “Por lo demás, ni la mujer sin el hombre, ni el hombre sin la mujer, en el Señor”, las evangélicas, en cambio, sí pueden ser predicadoras, ministras o pastoras, pero ni siquiera en la Iglesia Episcopal de Guatemala, con presencia en más de la mitad de los departamentos del país y parte de la Iglesia Anglicana, se conceden peldaños altos a las mujeres. No existe aún una obispa en territorio nacional, y el ejercicio de la mujer en la Iglesia es dado sólo mientras tengan a su lado un marido que las complemente.
Estos dictados de conducta, son los que la comunicadora y feminista Ana Silvia Monzón denuncia en el estudio “La derecha religiosa trasciende fronteras”: “los fundamentalismos refuerzan el papel de las mujeres como reproductoras y responsables de la crianza de niñas y niños, como compañera ‘idónea’ del hombre, su complemento, no en condiciones de igualdad sino de subordinación, ya que ella sigue representando lo impuro e inferior”.
Restauración total
Más allá de la jungla de asfalto, voy a conocer la experiencia de una pastora un jueves en Panajachel, Sololá, una comunidad turística originalmente poblada por indígenas kaqchikeles, pero en la que hoy en día conviven con guatemaltecos de varias etnias, así como con turistas extranjeros. Es la Iglesia Ministerio de Restauración Total Mi reto, uno de los 24 mil centros evangélicos del país, que bien podría caber en la definición de neo pentecostal o iglesia a la carta. La noche acaba de caer para los habitantes de ese pueblo a la orilla del Lago de Atitlán.
El salón, austeramente decorado, cuenta con una tarima, equipo de sonido amplificado, proyección audiovisual y sillas plásticas. Seis mujeres: dos indígenas, una extranjera y dos mestizas, ataviadas con una blusa “tipo polo” con el logo de Mi reto y una pandereta en cada mano, dan la bienvenida a los asistentes. Ellas son llamadas “servidoras”.
Poco a poco comienzan a llegar los asistentes, la mayoría mujeres con dos o tres niños y niñas cada una, y algunos padres y jóvenes. Se saludan de beso y abrazo, se acomodan en sus lugares, sacan o guardan La Biblia. Una joven se sube al escenario, sin más toma el micrófono inalámbrico y se pone a cantar alabanzas sobre una pista musical que comienza a sonar. Canciones dedicadas al Señor. Las servidoras también cantan y mueven la pandereta, toman rollos de papel higiénico y empiezan a prepararlos para quien pronto los necesite. Efectivamente, las lágrimas empiezan a aflorar.
Tras cuatro himnos de “calentamiento”, las servidoras toman a los niños de las manos y los llevan al salón de al lado, donde verán una película de Cristo, dibujarán, jugarán o leerán cuentos bíblicos. Mientras tanto, en la sala principal la pastora Lilian María de Meijer toma el micrófono, saluda, lee unas cuantas citas bíblicas, presenta un power point del cantautor argentino Facundo Cabral, luego proyecta en la pared un video filmado en Casa de Dios (la iglesia más importante de la ciudad capital), ora y platica con los asistentes sobre la depresión, el amor al prójimo y el servicio a los demás.
Más tarde, en su despacho, nos sentamos a conversar. Lilian es oriunda de Panajachel. Cuenta que comparte el ministerio con Benjamín Joseph Meijer, su esposo holandés, con quien hace diez años tenían una discoteca de nombre Thresome. Él se dedicaba a hacer tatuajes y piercings y a vender drogas de diseño. Tocaron fondo en ése mundo, ella intentó suicidarse tres veces hasta que se acercó a una iglesia. Allí tuvo experiencias extra sensoriales con Dios, y meses después convenció a su pareja: “El Señor nos levantó para romper moldes”.
Me aclara: “nosotros no creemos en la religión, somos seguidores de Cristo y de su palabra. Iglesias existen muchas, con cientos de ramificaciones, pero nosotros no nos basamos en doctrinas, sino en la palabra de Dios”. Luego hablamos del libro de Pablo a los Colosenses, capítulo 3, en el versículo que –dice– habla de la sujeción de la mujer al hombre. Lilian opina que da lugar a malas interpretaciones: “La palabra sujeta es sinónimo de sostenida, como cuando una pareja va caminando a la par; eso no quiere decir que ella no debe sobresalir”.
Me cuenta que muchas de las mujeres que llegan a su ministerio, antes acudían a otras Iglesias pero sufrían discriminación. Tuvo el caso de una señora frecuentemente maltratada por su esposo, y el pastor al que acudían le decía que tenía que aguantar. Un día el marido le roció gasolina en la ropa, queriéndole prender fuego. “Ahí intervenimos, le dijimos que Dios no mandó a la mujer para que la maltraten, y le aconsejé la separación legal; la ayudamos, nos metimos hasta al fondo: le conseguimos trabajo, la acompañamos. Ahora ella tiene un trabajo y está bien”, comenta la pastora, que a partir de ése momento formó un grupo de apoyo a mujeres para que estudien, mejoren su baja autoestima y se superen.
Y él te dominará...
El tema de la violencia de género no es broma en un país como Guatemala, con un nivel de impunidad del 98 por ciento en los casos de asesinatos a mujeres, y donde, según el matutino local Prensa Libre en su edición del 8 de marzo, “en los últimos cinco años, el número de mujeres asesinadas ha venido de menos a más, sumando en el último lustro más de 7 mil casos”.
Eso nos ubica en el quinto país del mundo donde más mujeres mueren violentamente de forma proporcional a la población, según un estudio presentado por la Procuraduría de Derechos Humanos dirigida por Sergio Morales. El vaso parece haberse derramado, por fin, con el caso de Gladys Monterroso, secuestrada y torturada durante trece horas, un día después de que su esposo, Sergio Morales, presentara un informe sobre los archivos desclasificados de la ex policía nacional, en el cual señala la participación de agentes del estado en asesinatos y abusos durante la recién finalizada guerra interna.
Durante 36 años, el ejército guatemalteco mantuvo militarizado el gobierno y sostuvo una cruenta lucha armada contra grupos guerrilleros que desde la izquierda y por medio de las armas pretendían liberar al país de las influencias ultraderechistas militares apoyadas por el gobierno estadounidense. Incontables atropellos contra los derechos humanos han sido documentadas dentro de ese período, incluidas las alarmantes cifras de desaparecidos y asesinatos políticos, unos doscientos mil según la Comisión para el Esclarecimiento Histórico.
La represión se extendió por el altiplano, enfáticamente sobre las comunidades mayenses que ya habían dado muestras claras de resistencia a la imposición de sistemas y formas de vida.Casualmente o no, la utilización del cuerpo de la mujer como botín de guerra para enviar un mensaje a esposos, hermanos o padres, reproduce la tendencia que se dio durante el conflicto armado interno, en el que la proporción de ejecuciones arbitrarias fue de dos niñas muertas por cada niño.
Pero fuera ya de la guerra, la situación de la violencia contra la mujer no es muy distinta. En el estudio “Por ser Mujer: limitantes del sistema de justicia ante muertes violentas de mujeres y víctimas de delitos sexuales”, dirigido por Kristin Svendsen, se evidencia que el 79 por ciento de las víctimas de asesinato conocía o tenía una relación previa con sus victimarios.
Para Ana Silvia Monzón, “mucha de la violencia hacia la mujer en Guatemala se debe al machismo que se fortalece con el discurso fundamentalista que pretende rescatar la ‘moral social’, y que ha dirigido sus ataques más furibundos contra las feministas y el feminismo, al cual identifican como el causante de la declinación de los valores familiares tradicionales; es decir, la autoridad de los hombres en el hogar”.
“Estas tendencias”, concluye Monzón, “son una reacción a los avances de las mujeres en las luchas políticas por sus derechos y están, lamentablemente, socavando las leyes, instituciones y construcciones simbólicas favorables a la secularización y a la igualdad entre mujeres y hombres”.
¿De quién es el cuerpo de la mujer?
Si los asesinatos de mujeres en Guatemala evidencian un grave problema social, la mortalidad materna por causas prevenibles es también es un indicador de la desigualdad existente de distintas áreas geográficas y sociales.
Según el Programa Nacional de Salud Reproductiva, la tasa global de fecundidad en el país es de cinco hijos por mujer, con 5.8 hijos en el área rural y 4.1 en la urbana, ubicando a Guatemala entre los países de la América latina con las tasas más altas de fecundidad. Esto provoca, además, que dos mujeres mueran diariamente por causas relacionadas con el embarazo, el parto y el puerperio, con una razón de mortalidad materna de 153 por cada 100 mil nacidos vivos. El impacto de muerte materna es tres veces superior en las mujeres indígenas.
En el estudio “Embarazo no planeado y aborto inseguro en Guatemala: Causas y consecuencias”, del Guttmacher Institute, se afirma que más de un tercio de las 180 mil guatemaltecas que enfrentan un embarazo no planeado buscan un aborto, penado por la ley; por lo tanto, lo hacen clandestinamente. Se estima que unos 65 mil abortos ilegales ocurren cada año en Guatemala, un equivalente a 24 abortos por cada mil mujeres en edad reproductiva.
De hecho, el aborto fue responsable del 10 por ciento de las muertes maternas en Guatemala durante el año 2000, según estimaciones del Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social. Dicho estudio afirma que, “aunque ciertamente otros países comparten algunos de los rasgos que han retrasado la adopción generalizada de la anticoncepción en Guatemala (una numerosa población indígena, prolongados períodos de conflicto civil, una poderosa alianza entre el gobierno y la Iglesia Católica y una temprana resistencia por parte de la izquierda hacia la planificación familiar), en ningún otro país de la región se han dado juntos estos cuatro rasgos”.
A pesar de esos datos alarmantes, el cardenal guatemalteco Rodolfo Quezada Toruño apareció en primera plana de los medios de comunicación guatemaltecos, en febrero de 2006, con balas en la mano derecha y pastillas anticonceptivas en la izquierda como muestra de rechazo a la Ley de Planificación Familiar. En el marco de una homilía en Catedral Metropolitana, el jefe de la Iglesia Católica pidió al presidente de ese entonces, Óscar Berger, que frenara la normativa que autorizaba a las instituciones del sistema de salud del país el facilitar métodos anticonceptivos a los ciudadanos para promover la planificación familiar, aduciendo que era equivalente a abortar.
Las iglesias evangélicas no se quedan atrás en su afán de controlar. En agosto del 2008, 71 diputados, encabezados por el presidente del Congreso, firmaron el llamado “Libro de la Vida”, un documento en el que se comprometen a legislar en defensa de la vida desde la concepción hasta su término natural. En la actividad participaron representantes de distintas iglesias y parte de la Junta Directiva del Congreso, lo hicieron de espaldas a la oposición y con el rechazo de varias organizaciones de mujeres.
Al día siguiente, el Colectivo Mujeres Por la Vida, la Paz y la Justicia emitió un comunicado en el que recordaba que “las jerarquías de las diversas Iglesias y los funcionarios de Estado están obligados constitucionalmente a hacer separación entre actividad política y credo religioso, ya que un Estado de Derecho debe reivindicar y proteger todas las diversidades que lo contienen”.
Una feligresía dinámica
Una feligresía dinámica
En uno de los sectores más tradicionales del país, un campesino kaqchikel, Víctor de León, padre y abuelo de varios niños y niñas, no pierde la ocasión para aconsejar a sus familiares. Desde hace 25 años asiste a distintas iglesias, y aunque nunca ha llegado a ser pastor, es considerado líder espiritual en su comunidad. “Es bueno planificar la familia, es más pecado que los niños sufran. Yo he visto que muchos hombres en la comunidad maltratan a las mujeres, es por el machismo, que le dicen, pero a veces ellos no entienden, hay que hablarles, recordarles que así como Dios amó a la Iglesia, así hay que amar a la mujer. Es bueno que ellas se superen, que sigan adelante, que tengan un empeño y los hombres tenemos que apoyarlas”. De León es uno de los indígenas que rompe con los estereotipos y las formas de pensar fundamentalistas.Cómo él, mujeres dentro y fuera de las estructuras de las iglesias luchan por influir y modificar conductas discriminatorias dentro de lo que consideran su religión. No descansan y cuelan sus pensamientos en la jerarquía eclesiástica.
El presidente de la Asociación Mundial para la Comunicación Cristiana (WACC), Dennis Smith, piensa que hay que diferenciar lo que entendemos por Iglesia. “Si se trata de comunidad de fe, las iglesias han sido un espacio vital para empoderar a las mujeres y permitirles cultivar su liderazgo, su autoestima, y el sentirse canales de bendición divina, de lo sagrado. Si se trata de las jerarquías eclesiales, son, históricamente, expresiones institucionales del patriarcado que con su discurso teológico y su práctica pastoral han participado en la violencia contra las mujeres. Por eso, el énfasis de las teólogas feministas en una relectura de la Biblia y de la historia de la Iglesia para descubrir ese proceso de invisibilización y de cosificación de las mujeres”.
Es el caso de la pastora pentecostal Verónica Peréz, quien escribió un estudio llamativo de nombre “La raíz femenina de la Espíritu Santa”. La autora va en busca de pistas que le revelen lo femenino en la Biblia para restaurar el rol de la mujer. “Dios no hace diferencia de sexo, es un Dios de igualdad, aceptación y equidad. Que la religión no sirva más para oprimir a la mujer, que no se convierta en tabú, sino que por principio sea un espacio de liberación”.
Otras feministas cristianas también han ido permeando en la opinión pública, procurando una reforma a la institución antes que una ruptura. La Red Latinoamericana de Católicas Por el Derecho a Decidir es un ejemplo del trabajo dentro de las estructuras religiosas. Si no han conseguido grandes cambios en cuanto a legislación y trato a las mujeres, al menos han puesto en la opinión pública temas importantes.
En Guatemala, también la Pastoral de mujeres y el Centro de Estudios Pastorales de Centroamérica advierte, en su página de Internet, que “en una sociedad patriarcal, violenta, prepotente, discriminadora, no hay espacio más fecundo para la transformación social que los espacios creados por y para las mujeres”. Es por ello que una vez a la semana, durante las mañanas, llevan acabo un curso con el nombre “Ser mujer es maravilloso”, en donde ellas mismas reconocen la existencia de la subordinación y el lugar que ocupan en la estructuración del poder, así como reflexionan de su realidad y se capacitan para cambiarla, y combatir la violencia contra la mujer en todas sus manifestaciones.
“Si no nos toman en serio, las iglesias cierran”
Adela Chicush, ama de casa kaqchikel y originaria de la comunidad de Patzún, en el departamento de Chimaltenango, está feliz de contar su historia “en Cristo”.
De niña fue bautizada como católica, por la costumbre de sus padres, siendo ellos mismos quienes decidieran cambiar de religión y adherirse a la recién instalada “Iglesia de Dios”, allá por principios de los 80’s. Dos familiares suyos, catequistas, fueron desaparecidos en el contexto de la guerra. La Iglesia Católica, cada vez más influenciada por la Teología de Liberación, una tendencia bastante humanizada y tachada de comunista por las autoridades militares de la época, perdió a miles de feligreses que dejaron de sentirse seguros dentro de las prácticas católicas.
20 años después, Adela enumera las iglesias evangélicas por las que ha transitado y con mucha autoridad afirma: “si la Iglesia y los pastores no nos toman en serio, terminarán cerrando sus iglesias. Las mujeres ya no nos dejamos como antes y las Iglesias se están dando cuenta de que si no nos dan nuestro lugar y el respeto que merecemos, nos vamos, y si nos vamos, se les acaba la fiesta.”
“Para divorciarme de un hombre que me hacía mal tuve que cambiar de Iglesia varias veces hasta que en la Iglesia Príncipe de Paz decidieron apoyarme y acompañarme. Gracias a ellos logré salir de ese martirio y encontrarme con un Cristo más humano, que me comprende mejor”, dice.
Todo parece indicar que la lucha por la igualdad de las mujeres dentro de las iglesias católicas y evangélicas ha comenzado a dar frutos. La cúpula del poder religioso tendrá que darse cuenta tarde o temprano, que sin la presencia, el trabajo y el aporte económico de las mujeres, el colapso de sus iglesias, sería inminente.
Es tiempo de empezar a escucharlas.
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