jueves, 8 de abril de 2010

El legado de los jesuitas en Guatemala

Marcela Gereda (Investigadora, antropóloga), José Cal Montoya (Historiador), Gabriela Carrera (Estudiante de Ciencias Políticas)

¿Por qué hablamos de los jesuitas?, porque la comunidad landivariana, es decir todos nosotros, tambien somos un poco jesuitas. Porque ellos han sabido ser luz y ser compromiso, y, nosotros tambien queremos serlo.

I. Los jesuitas, una vida para el compromiso.Amigo universitario; te has preguntado ¿qué nos pasa a los chapines que no logramos salir de la intolerancia y de formas cerradas de pensarnos y de pensar a los demás?, ¿Te has planteado qué puedes hacer para construir un país distinto en el que todos tengamos un lugar y posibilidades de vida? Esta última pregunta, se la han planteado, desde la ciencia y la fe, un grupo de hombres comprometidos en la promoción de la fe y la justicia a lo largo de la Historia del mundo y de nuestro país: los jesuitas. ¿Te has preguntado alguna vez por la labor y las huellas que estos hombres asociados con un amplio grupo de colaboradores y colaboradoras han impulsado por el desarrollo social y cultural de nuestro país?

Los jesuitas están en Guatemala desde el siglo XVII hasta la fecha y aunque los siglos separen a las distintas generaciones que se han hecho presentes en su suelo, todo su trabajo lo han realizado en un mismo espíritu, una misma misión en distintos ambientes y un mismo compromiso por el desarrollo del país. Queremos ahora, hablarte de las iniciativas, aportes y realizaciones que algunos de estos jesuitas han emprendido por Guatemala como un campo privilegiado en el que ser jesuita significa promover la esperanza en un mundo desesperanzado por la falta de sentido y de justicia, abrir puentes de diálogo entre culturas y salir al encuentro del otro desde los más desfavorecidos para hacer realidad el Reino de Dios aquí y ahora en la construcción de un mundo distinto.

Al igual que en el encuentro que tienen los jesuitas con distintas formas de ser y estar en el mundo, la reflexión antropológica nace del encuentro con los otros. La historia registra que unas veces en ese encuentro, los “otros” eran los enemigos, extranjeros, o “bárbaros”. El choque con el denominado “Nuevo Mundo” provocó la reflexión sobre quién era ese “diferente”, que es siempre una reflexión sobre nosotros. Los otros somos nosotros, y es eso lo que muchos jesuitas nos han venido a enseñar desde la fe y los distintos campos en que también han desarrollado su labor como sacerdotes y como profesionales: antropólogos, sociólogos, teólogos, historiadores, psicólogos, ingenieros, físicos, filósofos y artistas.A continuación te queremos acompañar a conocer a algunos de estos hombres de quienes tenemos mucho que aprender para ser luz y esperanza en un mundo y en un tiempo como el nuestro.

II. Hombres de ciencia y de fe en la promoción de la justicia y del desarrollo intelectual y cultural del país.Antonio Gallo y la formación de la consciencia
Antonio Gallo Armosino es un jesuita particular, como todos. Ha escrito innumerables obras, folletos y ensayos sobre filosofía y fenomenología, escuela filosófica de la que ha sido el principal impulsor en América Latina. Se le considera uno de los pensadores más influyentes en las numerosas generaciones de humanistas guatemaltecos que han sido sus alumnos. Fue uno de los fundadores de la Universidad Rafael Landívar, en la que fungió como vicerrector y en ocasiones como rector interino. Trabaja actualmente como investigador y catedrático en el área de Filosofía.

El Padre Gallo considera que no es que falten valores en la sociedad guatemalteca, pero sí diálogo y debate acerca de ellos. Dice también que una de las cosas más importantes es la formación de consciencia para librarnos de los prejuicios en el conocimiento de la realidad del país.
Gallo apunta a que debemos conocer nuestro ser, nuestro destino, los elementos que influyen en nuestra conducta y la capacidad de guiarnos.Manolo Maqueira y su motor de vida: salvar a los jóvenes “rotos afectivamente”

El jesuita español Manolo Maqueira tuvo un compromiso personal: rescatar a jóvenes en riesgo, para quienes nacer entre láminas de miseria y crecer rodeados de pistolas no fue una elección, sino una imposición del destino. “Un primer grupo ya va a la universidad”, dice con satisfacción, con ese orgullo propio de un progenitor que protege a sus cachorros.

En 1996 comienza su compromiso con la gente de Puente de Belice, con el objetivo de acercarse a la dura realidad de la violencia juvenil que marca la vida de la capital guatemalteca y demás ciudades principales de Centroamérica. La comunidad de Puente de Belice está situada en una de las áreas marginales de la capital, donde habitan familias originarias y otras emigrantes del interior del país. Entre los habitantes, la mayoría son jóvenes formados en la calle, sin disciplina y con una mínima autoestima; pocas veces encuentran trabajo y, cuando lo logran, resulta mal pagado. Buena parte de ellos acaba integrando maras -o pandillas juveniles violentas- que terminan convirtiéndose en la única alternativa frente a un futuro truncado.El Proyecto Puente BeliceEn el proceso de búsqueda de alternativas, Maqueira pasa siete años desorientado y sin saber qué hacer además de compartir, sufrir, amar, llorar, reír... vivir en medio de y con todos esos jóvenes. No será hasta el año 2002 cuando se aventure a llevar a cabo el programa educativo-laboral que hoy conocemos como ‘Proyecto Puente Belice’. El objetivo de este proyecto es trabajar con jóvenes de entre 15 y 24 años en riesgo de sufrir violencia por parte de las maras o causarla ellos mismos por integración en dichos grupos, proponiendo como pilares la formación humana, la educación formal y el trabajo remunerado.Ricardo Falla y su compromiso con las víctimas del conflicto armado.

Este cura antropólogo ha dedicado los últimos cinco años de su vida a acompañar a las Comunidades de Población en Resistencia (CPR), en las selvas del Ixcán, en El Quiché, zona de combates entre el ejército y la guerrilla de la URNG. Vivía con las comunidades, huyendo de los bombardeos de la fuerza aérea, los acompañaba en sus constantes desplazamientos con una pequeña iglesia móvil, y como científico social documentaba los métodos de organización y producción de la comunidad.

Para esta misión pastoral contaba con toda la aprobación de la Compañía de Jesús, aunque su trabajo no era público, para protegerle a él y a esta población, considerada insurgente por el ejército.
En 1992, el libro de Ricardo Falla: “Masacres de la Selva” fue publicado en Guatemala. En él informa, con testimonios de primera mano, sobre la campaña contrainsurgente que en 1982 llevaron a cabo en el Ixcán los militares. El libro lo convirtió en "enemigo público, número uno" del ejército guatemalteco. Desde entonces ha sido blanco de diversos señalamientos por parte de los medios de comunicación por su labor social y pastoral con uno de las comunidades más excluidas del país. En diciembre, Falla tuvo que "salir al claro", como dice la gente de las CPR, dejando el Ixcán y Guatemala para salvar su vida.

Entre sus publicaciones destacan: “Quiché Rebelde”. Ricardo Falla es un ejemplo en su praxis y compromiso con los más desfavorecidos de la sociedad. Alentando desde la fe y reflexionando como antropólogo sobre sus luchas, nos ha ofrecido un testimonio de compromiso por construir, desde la opción preferencial por los más marginados de la sociedad, una Guatemala incluyente.Jorge Toruño Lizarralde, líder de jóvenes y fundador del Liceo Javier
Jorge Toruño llegó a Guatemala a mediados de 1950, con 37 años de edad. Su lugar de residencia, fue La Merced.

Contaba el P. Toruño que desde que salió de Missouri traía en su corazón la idea de fundar un colegio. Su sueño, dicho son sus propias palabras, era el de "fundar en Guatemala un colegio tan bueno como en el que trabajó tantos años en Estados Unidos". De esta manera pretendía responder a la necesidad de mejorar la educación católica del país que en esos momentos era mínima. Y donde hacía falta la vinculación de los jóvenes a las problemáticas sociales.

El Padre Jorge Toruño formó a muchos estudiantes jóvenes. Les acercó a vivir en plenitud y les formó para acercarse a una vida de servicio hacia los otros. Además en el período intenso de la guerra, con todo el flujo de desplazados internos asentados en los barrios cercanos a La Merced, fue un gran soporte y apoyo no sólo en lo espiritual, sino en lo material.

III. La enseñanza de grandes humanistas

Como ves, estos grandes humanistas han sido militantes de la vida y del amor. Del la opción por los pobres y por defender la justicia.

Ellos ya hicieron su labor, ahora nos toca a nosotros. Somos nosotros los que hemos de descubrirnos como aquello que nos enseñan estos jesuitas, que somos un infinito capaz de hacer grandes cosas maravillosas. Capaces de convertirnos en los otros y de escucharlos activamente.
Los jesuitas nos enseñan que toda escucha activa de los otros es un aprendizaje y un enriquecimiento permanente. Compartir la vida de los otros es abrirnos a otras posibilidades de ser, es sumar a nuestras experiencias, la diferente percepción que en un intercambio puede impulsar un nuevo proyecto de sociedad.

Los jesuitas nos enseñan a vivir la vida en plenitud, a sumar la vida de los otros a la nuestra, aprender que los otros somos nosotros. San Ignacio no hablaba del "prójimo", sino del "próximo", también aprender de sus contradicciones y humanidad. Sin duda a los chapines nos hace falta un largo camino por recorrer en este terreno de rescatar el principio de solidaridad y sensibilidad. Pero amigo universitario ¿acaso no vale la pena vivir una vida con retos con compromisos, en la que le sumemos a la que tenemos nuevas experiencias y distintas formas de percibir y pensar? Estos sacerdotes, científicos, maestros y promotores sociales, que encierran todo en la fe, nos dan pistas para un camino de aprender a ser luz y nos recuerdan que aunque una vela esté apagada la podemos encender.

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