Por Marcela Gereda
A veces parece que en Guatemala ya no hay salida. Que se acabaron las posibilidades para nosotros los guatemaltecos para evitar que este barco se hunda. Hoy no quiero hablar de violencia. Ni de desfalcos. Tampoco de políticos corruptos o de programas inútiles. Guardemos por un rato el hablar desde la silla de las imposibilidades.¿En qué mundo cabe la posibilidad de que a un espíritu libre se le impida clavar en la playa su bandera libertaria?, ¿acaso este país “entre dos mares al ruido sonoro” no debiera permitir a todos sus ciudadanos comprarse una yinas y ver el mar para pensar en un mundo mejor?
He visitado y escuchado a niños y jóvenes costeños; una juventud que a veces pareciera entrar en una especie de abismo. A un callejón sin salida. Toda la semana pasada tuve la oportunidad de recorrer gran parte de la costa pacífica del país junto a un equipo multidisciplinario de biología marina, antropología y desarrollo de turismo sostenible, para impartir capacitaciones a niños y jóvenes en escuelas rurales mixtas sobre el Proyecto Chakalote.
El Proyecto Chakalote (ballenas jorobadas) es el resultado de cuatro años de trabajo conjunto de biólogos marinos y pescadores artesanales. Es la combinación del conocimiento local con la investigación científica de expertos en biología marina, dirigidos por la investigadora guatemalteca Paulina Godoy, acompañada por Juliana Skaggs (turismo sostenible) y mi mirada desde la antropología, con el objetivo de apoyar a las comunidades locales que tienen interés en aprovechar este recurso como una alternativa a la pesca y economía local. Asimismo dar voz a los pescadores artesanales, privilegiar su manera de entender y explicar el mundo, conocer sus historias.
Lo que este proyecto busca es combinar el turismo sostenible con el desarrollo comunitario a través de generar iniciativas de cooperativismo y funcionamiento por medio de asociaciones o comités, a manera de que estas organizaciones logren generar excedentes para la comunidad a través del avistamiento de estos inmensos seres marinos que vienen a copular y a tener sus crías a costas chapinas debido a la cálida temperatura y tranquilidad de las aguas.
También el fin de este proyecto es que conozcamos y valoremos simplemente lo que tenemos alrededor y a veces se nos olvida ver, apreciar, conocer y difundir. Devolver la mirada al mar porque ahí hay parte de nuestra esperanza, porque ahí hay mucho de lo que podemos aprender.
Entre otras cosas estos días, aprendí que las costas centroamericanas son las únicas donde vienen a reproducirse las ballenas jorobadas tanto del hemisferio norte (desde finales de diciembre a principios de abril), como del sur (agosto a octubre). Es una delicia poder compartir estas y otras informaciones con los niños costeños, observar sus gestos, sus caras, conocer sus sueños y escuchar sus voces. Muchos de estos niños son hijos de pescadores y aunque quizás algunos estén marcados por el sueño americano, para otros el mar sigue siendo una fuente de vida. Un ente vital desde donde pensarse y construirse.
Anécdota: estamos en la escuela rural mixta de Sipacate, preguntamos a los niños: ¿quién de aquí ha visto un chacalote?, una niña responde: “Yo seño, vi uno en la capital”. Esta respuesta me hizo recordar a un niño chispudo e imaginativo, en una escuelita que cuando la maestra en un examen le dictó y explicó la palabra “dromedario”, el niño comentó sin ningún empacho: “Sí seño, yo ya sé cuáles son, viera seño que mi papa me compró uno la semana pasada en el mercado”.
En estos días de compartir con los pescadores, compañeros del equipo, niños y jóvenes en las escuelas rurales, he aprendido más a reírme de mí misma, no cínicamente, sino con alegría de compartir. También hemos aprendido del trabajo en equipo que los chacalotes deben hacer para alimentarse: echan sus redes burbujas para atrapar sus presas. Quizás es esta una gran lección que estos cetáceos chapines nos hacen a nosotros, para que trabajemos más unos con otros.
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