jueves, 8 de abril de 2010

La cajita de lustre

Manuel José Arce

Este es, quizás, el mueble más pequeño del mundo. En él sólo cabe un pie. Un pie, apenas, Ah, penas. Y debajo de ese pie, las herramientas del humildísimo trabajo; las pastas y los tintes dediferentes colores, los cepillos y los trapos. ¡Los trapos! Pedazos de la ropa del lustrador, casi jirones de su propia pie, recuerdos de domingos remotos, andrajos, de la capa de San Martín, chirajos de la túnica de Cristo. ¡Qué noble bandera pudiera hacerse con los trapitos de los lustradores!Cajita de lustre que vas bajo el brazo del patojo de la barriada, del patojo que salió del barranco y no pudo llegar a la altura de la ciudad pretenciosa: se enculilló y se puso a trabajar honradamente, allí, a la altura del zapato del catrín.

-lustre, don.-shushain, mister…¡ay juer, si es jipi caitudo el gringo!-lustre, don.
Y el mueblecito pone le lomo para el pie. Abre el vientre y deja escapar en un bostezo los mágicos ingredientes: shinola negra, shinola amarilla, shinola colorada, pasta blanca para los zapatos chislamierda de dos colores (ya sólo el chato Amiel les pone), y los cartoncitos para no mancharle los calcetines al cliente y…(¡aguas con la tira!)…el botecito de pegamento o el octaviano de trinquis-fortis o el purito de chiclosa. Pero no siempre. Ni que fuera uniforme. Yo no le hago. Yo no le pongo. Yo sólo le pongo al trabajo. Hacen falta las fichas en mi casa. Mi casa: champita de La Ruedita (barrio tipo ciudad del Sol). Mi papa trabajaba de ratero. Apareció muerto. Ah saber. Mi mama cuida a mis hermanos y echa las tortillas. En veces, cuando escasean los lustres, sale a dar un su colazo por la noche. ¿Cuál escuela? ¿Acaso me recibieron, pues? Que ya no había lugar dijeron, que me espera para el otro año…Y la cajita de lustre se pasó la mañana esperando un par de zapatos. Ni para una tostada con frijoles a la hora del almuerzo. Ni para cuquito de fresa. Tal vez a la tarde. Es que los del peladero no lo dejan trabajar a uno en el cementerio. Ellos tienen su mafia. ¿Y qué querés, si los clientes están escasos? Y la cajita de lustre se pone pesada cuando se llena de hambre.A veces se vuelve almohada. El chiricito duerme abrazado a su cajita. Talvez quisiera meterse en ella-parece un ataúd de niño- y darles brillo a las semillas para que las naranjas salieran lustraditas, relumbrosas.

La ilustre cajita de lustre.

Pasa el bus del colegio repleto de niños con uniformes y cuadernos y nueños nuevos. Van hacia las aulas nítidas, la pedagogía implecable, la posición en sociedad, el futuro asegurado, la salud asegurada, el amor…quien sabe. Son niños. El no es niño; es patojo. Y ser patojo como el es ser pequeño adulto. Juega, es cierto. También los adultos juegan. Juegan al amor (de mentiras,de juego), juegan a la vida (de mentiras, de juego), juegan a la muerte (Esa sí, esa de verdad: es el final del juego). El es adulto porque trabaja. Trabaja como hombre. Como un hombre de metro veinte y de diez años. Pero en fin, como hombre. Con su cajita de lustre. A la altura de los pies. Lo miro y lo miro el pie social, implacable, sobre su cabeza hundiéndose en el barranco, no dejándolo germinar. Todavía el cliente puntilloso inspecciona sus zapatos para comprobar la superficie de espejo, decromado de carro caro, con ojo crítico: ¿choca? (veinticinco centavos- 0.02 céntimos de euro) ¡Ala gran chucha, vos!, ¿ya le subieron también al lustre? Y a regañadientes saca la moneda del bolsillo y se la da al patojo. De mala gana, por cierto. Sólo porque tiene que llegar bien presentado para ver si le dan el empleo. Y el patojo mira los zapatos del cliente. Mira sus propios pies descalzaos y se va, silbando una canción, con su ilustre cajita de zapatos.

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